Carlos Fenoll, por Palmeral 2012

viernes, 2 de marzo de 2012

Carlos reportero de guerra en la revolución de octubre de Barcelona 1934


(Publicado en “El Día”, Alicante, lunes siete de octubre de 1935). (Archivo del Centro de Investigación de Vicente Ramos en Guardamar del Segura, Ayuntamiento)



Hace un año…
(Algunos de mis recuerdos de la revolución en Barcelona) [revolución de octubre de 1934]

EN MEMORIA DE LOS SOLDADOS MUERTOS EN LAS CALLES DE BARCELONA HACE UN AÑO, BAJO LA METRALLA REVOLUCIONARIA

Bajo el honroso uniforme Intendencia militar española, tuve la suerte de intervenir en la represión a la avalancha revolucionaria de octubre de 1934, en Barcelona.
Digo que tuve la suerte porque así es, ya que toda la tropa se ofrecía expontáneamente a salir a la calle; prueba de ello es que decía un jefe: “dos individuos para escoltar un coche", y acudían en el acto, precisamente, dieciséis, mosquetón en ristre y la ansiedad de los ojos. Había que tener suerte para salir a la calle a romperle la crisma al primer revolucionario que se pusiera por delante. ¿Nos da una idea esto del espíritu que animaba a todos? Era la patria que estaba en peligro. Y quien piensa otra cosa de a tropa, quien en ella no vea la realidad de ese espíritu, se engaña lamentablemente yo se lo aseguro. Por lo pronto ahí tienen esa prueba.
Corría un antiguo gris, sucio en los días de la revolución, a tono con las tristeza del ambiente, gris de plomo criminal, de metralla lanzada salvajemente desde azoteas y ventana a la tropa que ocupaba la calle y que no encontraba, a veces, ni un soportal, donde guarecerse de la ventaja de aquellos que estaba entre muros.
Lucha desigual. Tiempo gris que se infiltraba en todo ponía su tristeza, su peadez… tablero de ametralladoras, a intervalos de dos minutos, descarga cerradas de fusiles; y continuamente, disparos sueltos. Este era el programa permanente.
No se puede saber quién fue el misterioso individuo que en el Parque de la Ciudadela, y cerca de su parque zoológico, estuvo haciendo disparos sueltos durante tres días y tres noches. Todas la batidas fueron inútiles una verdadera intriga. Una cosa así como el caso pintoresco del duende de Zaragoza.
Mi servicio de arma se limitaba a ir, cómodamente, aunque muy expuesto, sobre un camión de transportes militares, custodiando utensilios destinados al castillo de Montjuich. Éramos sobre cada camión ocho individuos más el chófer, su ayudante, un sargento y un cabo.

(El Ejército salió a la calle Barcelona 7 de octubre de 1934)



La primera vez que salí sobre un camión de éstos las pasé muy amargas. Y cuando íbamos paseo de Colón arriba, y en la misma puerta de Capitanía general, me metió en aprensión un cochecito de turismo que vi. Estaba empotrado sobre la acera, el radiador y los guardabarros destrozados. Supe: que se había estrellado él mismo al perder e dominio de chófer; este había caído mortalmente herido de un tiro en el corazón. El parabrisas, en efecto, estaba perforado, materialmente, a la altura del pecho del conductor. Sentía como un respingo en la sangre. “¡Mi madre política1!” –dije en son de broma-. Y tragué saliva dificultosamente… Adelante. Detonaban los motores, como demonios. Mirando hacia atrás, pues yo ocupaba el segundo camión de cabeza tuve la impresión de que los otros se habían transformado en monstruosos erizo. Los mosquetones sobresalían de ellos y revistaban atentos todas la fachadas, donde algún susto que otro a los curiosos que se asomaban tras de los cristales de sus balcones, a la vista de todos los cañones apuntando desaparecían como por encanto. Como tocados por un resorte…
Una vez arriba de la fortaleza de Monjuich, nos llamó un soldado de otro cuerpo la atención: “Mirad”, dijo, y señaló con el brazo extendido una enrome columna de humo negrísimo: estaban ardiendo allá abajo, en el muelle de la Barceloneta, frente a la plaza de palacio, dos almacenes de no sé qué.
Cuando regresábamos a toda marcha hacia el cuartel, precisamente hacia estos almacenes siniestrados, nuestro camión se paró. Instantáneamente se formó un tiroteo infernal. Nosotros preguntamos al chófer, con la angustia que es de suponer: “Chacho, ¡no anda esto? ¡Que nos asan! “Él asomó un poco la cabeza por la mirilla de atrás y gesticulando y gritando, tal era el ruido de la metralleta, nos dio a entender que el motor se había estropeado.
-¡Dios mío, que “ensalá”! exclamó uno de Pozo-hondo. Disparamos como fieras. ¿A quien? No sabemos. A las ventanas, a las azoteas, desesperadamente. El ayudante, el sargento, el cabo guardaban “la pelleja” al chófer. Mientras éste manipulaba nerviosamente. Cuando lo sentimos conmoverse, nos invadió una risa extraña, convulsiva. ¡Era risa o llanto? Las dos cosas. Íbamos a volar de una muerte segura. ¿Y como es que no habíamos muerto ninguno todavía?...

Pero este es mi recuerdo más sagrado: el del entierro de los soldados que cayeron en aras del deber de la patria, victimas de los que intentaron hundirla. En Intendencia adquirimos: una precocidad y monumental corona fúnebre. Lazos begros y nacionales. Yo asistí. ¿Con qué emoción y con qué respeto se presenció el desfile de los féretros por las calles de la urbe!
Yo iba pensando que nuestra corona era como un abrazo a los hermanos muertos. Ofrenda de flores en apretado cerco a los que habían caído en la edad florida, en cumplimento de s deber.
También pensaba si tendrían novia. Yo pensaba en la mía al mismo tiempo.


....................Nota histótica.........
En Barcelona, el gobierno de la Generalidad de Cataluña presidido por Lluís Companys, de Esquerra Republicana de Cataluña (ERC), proclama el Estado Catalán dentro de una República Federal Española, en la noche del 6 al 7 de octubre 1934.
Este hecho provocó la proclamación del estado de guerra y la intervención del Ejército, mandado por el general Domingo Batet, que domina rápidamente la situación después de algunas luchas, en las que mueren unas 40 personas, la detención de Companys y la huida de Dencás, quien marcha a Francia. La autonomía catalana fue suspendida por el Gobierno y la Generalidad de Cataluña se sustituyó por un Consell de la Generalitat designado por el Gobierno, en el que participaron diferentes dirigentes de la Lliga Regionalista de Cataluña y el Partido Republicano Radical. También fue detenido Azaña, que se encontraba casualmente en Barcelona para asistir a los funerales del que fuera ministro de su gabinete Jaume Carner.